ORIGENES

La ganadería que dio base a la creación de este encaste fue formada el año 1910 por José Vega, en la localidad madrileña de S. Lorenzo del Escorial. Llevado por una mezcla de esnobismo e intuición, el creador de la vacada adquirió un lote de cuarenta hembras del hierro del Duque de Veragua y las cruzó con un semental del Conde de Santa Coloma, procedente de Vistahermosa.

José Vega, apenas esperó para ver los resultados del cruce y se desprendió de la vacada en 1914, vendiéndola a los hermanos Francisco y Victorio Villar, que la trasladaron a la provincia de Zamora.

Los hermanos Villar fijaron el cruce realizado por el anterior propietario, ultimando la creación del encaste, que lleva el nombre de su creador y de los continuadores del mismo, y seleccionaron la vacada de modo que empezó a cotizarse en las plazas más importantes.

A principios de la década de los veinte, ambos hermanos partieron la ganadería y Victorio Villar vendió su parte casi inmediatamente al salmantino José Encinas Fernández del Campo, bajo cuya dirección ganó más prestigio por la bondad y dulzura de sus ejemplares.

 En 1932, el señor Encinas, cedió la ganadería a Esteban Hernández y las reses adquiridas por éste fueron eliminadas por completo durante la Guerra Civil. Al realizar la venta, José Encinas, se había reservado cincuenta vacas y dos sementales con los que afrontó su última etapa ganadera, que alcanzó hasta 1939. Ese año vendió la vacada a la familia Galache, algunos de cuyos miembros mantienen aún la misma procedencia.

 Antes de deshacerse de la divisa, en 1931, vendió también vacas y sementales a Juan Cobaleda, reses que después de varios cambios de propietario se mantienen actualmente en las vacadas de la Viuda de Alicio Tabernero, Jesús Tabernero Hernández y Los Majadales.

 Paralelamente, Francisco Villar, mantuvo en su poder la porción de ganadería que le correspondió en el reparto con su hermano Victorio hasta 1925, año enque se la vendió a Arturo Sánchez Cobaleda, distribuyéndose con posterioridad en las vacadas de sus hijos Pilar, María, Ignacio, Manuel y Jesús.

 En la actualidad el hierro de Manuel se anuncia a nombre de Sánchez Coba-leda y es propiedad de su sobrina, Pilar Majeroni, dueña asimismo de los lotes que correspondieron a María y Pilar Sánchez-Cobaleda, que se anuncian respectivamente como «Terrubias» y «Castillejo de Huebra» y que han cambiado el encaste de procedencia. El lote correspondiente a Ignacio, que se denominaba «Barcialejo», ya no existe y finalmente, la vacada de Jesús Sánchez Cobaleda, se lidia a nombre de «Barcial» y pertenece a Arturo Cobaleda González.

 EL PROTOTIPO DEL ENCASTE DE VEGA-VILLAR

 

 Los ejemplares derivados de Vega-Villar destacan fundamentalmente por la espectacularidad de sus pelajes, dándose ensabanados, cárdenos, negros, colorados y sobre todo berrendos, que se corresponden con el tipo remendado por su pigmentación. Estos últimos pelajes suelen ser berrendos en negro, pero también se dan berrendos en cárdeno y en menor número, berrendos en colorado.

 El remendado, el girón, el lucero y el calcetero son los accidentales más característicos de las reses de Vega-Villar. El primero acompaña a los pelajes berrendos y define la distribución irregular de las manchas oscuras sobre el fondo blanco del animal, mientras que el girón, como catalizador de las manchas blancas, suele estar presente en los ejemplares de pintas negras, cárdenas y coloradas. El lucero de la frente y el calzado de las extremidades se han interpretado asimismo como señas de identidad en el encaste. La profusión de dichos accidentales blancos confiere a los vacunos de este origen una de sus características diferenciales, de modo que se conocen popularmente con el apodo de» los patasblancas».

 Este tipo de particularidades aparecen pues, casi de forma permanente, en las distintas regiones del cuerpo por lo que es muy difícil encontrar una capa pura, es decir, sin interrupciones sobre el pelaje base de los animales.

 En la cabeza de los «vega-villar» predomina el lucero, pero también son muy comunes el estrellado, facado y careto. En el tronco destaca, como ya hemos indicado, la presencia del girón, y también del bragado, bragado corrido, meano, axiblanco y en menor medida aldiblanco y cinchado. En las extremidades abundan el calcetero y el calzón, mientras que en la cola son muy comunes el coliblanco y el rebarbo.

Pero la variedad cromática que aportan los accidentales en las reses de Vega-Villar es aún mayor y también son muy numerosos los ejemplares remendados, alunarados, capirotes y mosqueados entre las pintas berrendas, además de entrepelados, salpicados, nevados, listones, rabicanos y caribellos en las restantes capas.

 Al margen de su coloración, los vacunos del encaste llaman la atención por otras dos características étnicas, que son su escasa talla corporal y el gran desarrollo de sus encornaduras, que resultan muchas veces desproporcionadas por grandes, con respecto el pequeño tamaño de los animales.

Efectivamente, los «Vega-Villar», son marcadamente brevilíneos y elipométricos, cortos, de poco hueso y muy bajos de agujas, de modo que se encuentran entre los prototipos más pequeños de la raza de lidia y alcanzan pesos muy por debajo de la media. Estas circunstancias contribuyen a destacar aún más la espectacularidad de su cuerna, predominando las reses cornalonas y siendo frecuentes las corniveletas y acapachadas. También se dan ejemplares corniapretados y corniabiertos. Incluso cuando aparecen animales cornigachos, éstos tienen generalmente bastante desarrolladas las astas. Además suelen presentar el denominador común de ser muy astifinos.

 Curiosamente, a pesar de proceder de un cruce Santa Coloma- Veragua, su prototipo es muy distinto del característico en cada una de las dos líneas que le dan origen. En realidad, su único parecido con los «veraguas» radica en la variedad y espectacularidad de sus pelajes, porque las morfologías de unos y otros son muy dispares, y las reses de origen «vazqueño» son bastante más grandes y de tipo más basto que los «vega-villar».

Con respecto a los «santacolomas» tienen más puntos en común, pero los «vega-villar» son más pequeños, más cortos, menos finos de tipo y bastante más cornalones que aquellos.

 En conjunto se trata de ejemplares tan pequeños, como vistosos. Su cabeza, al margen de las encornaduras, suele ser más bien chata y de perfil subcóncavo o recto. Los ojos son grandes y de aspecto vivo. El cuello aparece bastante en morrillado y la papada alcanza generalmente un tamaño medio, aunque también pueden aparecer algunos ejemplares «degollados», que son claramente minoritanos.

 El tronco y las extremidades son considerablemente cortos, la grupa redondeada y la cola y las pezuñas finas. Aún siendo muy pequeños suelen resultar armónicos y exhiben muy buen trapío.

LAS VACAS DEL ENCASTE DE VEGA-VILLAR

 En las hembras procedentes de este encaste se evidencian aún más los caracteres étnicos descritos para el caso de los toros, especialmente en lo que se refieren a su condición de brevilíneas y su marcada elipometría. De esta forma puede asegurarse que, junto con las vacas de Casta Navarra, las hembras de este encaste son las más pequeñas de cuantas configuran la raza de lidia.

 Son muy escasas de alzada y muy cortas de tronco y también de extremidades. Su cabeza es generalmente de perfil subcóncavo y luce encornaduras de gran desarrollo longitudinal (cornalonas) y muy finas en todo su trayecto, predominando las corniveletas, acapachadas y cornidelanteras. Los ojos son grandes y muy expresivos y el morro ancho y reluciente.

 El cuello tiene una longitud media o incluso un poco corta a veces. El pecho parece más ancho de lo que es en realidad, como consecuencia de la cortedad del tronco. La línea dorso-lumbar suele estar ligeramente arqueada, la ventral no aparece muy marcada y la grupa es ancha y bien conformada. Las extremidades son cortas y la cola no resulta excesivamente larga, mientras que las ubres son más bien pequeñas, acordes con el conjunto del animal.

EL COMPORTAMIENTO DEL ENCASTE DE VEGA-VILLAR

Durante las décadas que van desde los años cuarenta a finales de los sesenta, los ejemplares oriundos de Vega-Villar, pertenecientes ya a las familias Galache y Cobaleda, ocuparon siempre un lugar destacado en las grandes ferias y en las principales plazas españolas, contando con el favor de las más importantes figuras del toreo, desde Manuel Rodríguez «Manolete» hasta Manuel Benitez «El Cordobés», merced a su excelente calidad y nobleza.

Como ya hemos indicado, la división de la ganadería de los hermanos Villar en dos partes y la adquisición de cada lote por José Encinas y luego por la familia Galache, de un lado, y por la familia Cobaleda, de otro, llevó a ambas vacadas a evolucionar por separado y generó la aparición de algunas diferencias de tipo y comportamiento en los animales pertenecientes a una y otro rama, aunque ambas gozaron de buen cartel durante más de treinta años.

La exigencia de un mayor peso para los toros a partir del comienzo de los años setenta condicionó en buena medida su desaparición de los ciclos taurinos

más destacados, aunque ésta no fuera la única razón. De hecho también hubo otras circunstancias influyentes como el bache de fuerza y calidad que atravesaron algunas de las vacada de este origen y también los equivocados criterios de los espectadores poco versados en el conocimiento del toro de lidia, que en algunas plazas rechazaban los ‘vega-villar» simplemente por la analogía de su pelaje con el de los vacunos lecheros.

 Los ejemplares de este encaste, sobre todo los de la rama de Galache, empezaron a ser desacreditados por su extrema suavidad y dulzura, identificada como carente de emoción y acompañada con frecuencia de una generalizada falta de fuerza. Así, pese a su magnífica calidad, pronto fueron rechazados por las aficiones más exigentes desapareciendo paulatinamente de las ferias más importantes.

Los esfuerzos realizados por los propietarios de las ganaderías procedentes de esta rama para seleccionar animales más temperamentales y lograr vencer las reticencias de los aficionados, no han dado muchos frutos y tampoco han conseguido recuperar el mercado perdido, fundamentalmente porque la fortaleza física sigue sin acompañarles.

Las vacadas derivadas de la rama Cobaleda fueron alejadas de los carteles por los diestros, ya que producían animales más encastados y complicados para la lidia, por lo que sus propietarios empezaron a enfocar la producción hacia las novilladas y los festejos de rejoneo, espectáculos éstos últimos, en los que han logrado destacar.

Básicamente son muy escasas las diferencias entre las reses derivadas de Galache y las que proceden de Cobaleda. En lo morfológico tan sólo son destaca-bies la condición de ejemplares más cornalones que tienen los oriundos de Cobaleda y la mayor finura de tipo que presentan los procedentes de Galache. En cuanto al comportamiento durante la lidia los derivados de esta última rama tienen fama de atesorar un nivel de calidad y regularidad superiores, frente a la mayor emoción y desigualdad propias de los «cobaledas».

El número de ganaderías derivadas del encaste Vega-Villar se ha reducido considerablemente en los últimos años, como consecuencia de las circunstancias que acabamos de poner de manifiesto. A pesar de ello aún se mantienen unas pocas vacadas de este origen, vinculadas en su inmensa mayoría a explotaciones de las provincias de Salamanca y Cáceres.

  

  Del libro «Prototipos raciales del toro de lidia»  del Ministerio de Agricultura.

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